LADY MACBETH de WILLIAM OLDROY (2016)


En 1865, se publicó la novela corta Lady Macbeth de Mtsensk del escritor ruso Nikolái Leskov. Ambientada en la Rusia del siglo XIX sigue los pasos de Katerina, personaje claramente inspirado por el de Shakespeare. El director de la película, William Oldroy, adapta la novela libremente y la traslada a la Inglaterra victoriana. Así, Katerina se convierte en Katherine Lester (Florence Pugh), una joven recién casada con un hombre que ni siquiera la toca. Su vida es un tormento en el que debe seguir las órdenes de su suegro, un ser despreciable, peor que su marido, y que la trata como si fuera una mera esclava, una propiedad que ha adquirido para que engendre a sus nietos.

Ella vive confinada en la casa, no tiene permitido salir de ella ni siquiera para dar un mísero paseo. Llevada por el hastío y el aburrimiento va realizando pequeños actos de rebeldía en un momento de soledad cuando su marido y su suegro están de viaje. Es una mujer ambiciosa y no tiene intención de conformarse con esa vida, y cuando conoce a uno de los trabajadores de las cuadras de la casa (Cosmo Jarvis), decide dar rienda suelta a su lujuria, y así comienza a maquinar. 


La ambientación es opresiva y claustrofóbica. Las paredes del dormitorio de la joven oprimen a Katherine pero también al espectador que siente la misma escasez de aire. La quietud del lugar viene acompañada de la carencia de una banda sonora, no hay ni una pieza instrumental, pues habrían alterado los sonidos de la naturaleza circundante. El silencio es el mayor aliado del director, y es un enorme acierto. Todo el relato tiene un aire gótico, se ve en la magnífica fotografía tanto en los interiores como en los exteriores. Incluso  se ve cuando Katherine Lester pasea por los páramos, pues resulta imposible no compararla con Catherine vagando entre la niebla y el frío en Cumbres borrascosas o con Jane Eyre huyendo de Thornfield. 

Florence Pugh nos deleita con una interpretación fría. Deambula por la casa, tiesa, con esos enormes vestidos. Su rostro impasible no deja traslucir sus pensamientos, salvo en algún momento en el que su mirada deja entrever algún leve destello de ira por la situación en la que vive. Una mirada inquietante que ira diciendo más cosas conforme avance el film y sus planes vayan siendo desvelados. Cuando deja salir sus instintos más primarios es cuando la película coge fuerza. Que nadie espere un típico drama de época victoriano y una hermosa historia de amor. Lejos de eso, es una historia provocadora y moralmente cuestionable que nos muestra lo más recóndito y perturbador del alma humana. 



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